El 10 de noviembre de 1945 se casaron Antonia de 17 años y Raúl de 26 años, mis padres. Nicola, mi abuelo, tuvo que ir al Registro civil a dar el cosentimiento pues su hija era menor de edad.
Los tórtolos se fueron a vivir a otra localidad, a casi tres horas de viaje, aunque los domingos no les pesaba viajar e ir a comer las pastas de la abuela.
Resulta ser, que un domingo llegó la feliz pareja, ella con vestido nuevo y sus labios pintados. Cuando la vio Nicola enloqueció y quiso levantarle la mano.
Raúl se interpuso, se plantó y le dijo, ...Antonia es mi mujer, a mi mujer no la toca nadie, y, si ella quiere pintarse los labios es porque a mí me gusta.
Ahí terminó todo, el abuelo no era tonto, nunca más se metió, y, cuando iba a visitar a su hija, por más que la puerta estuviese abierta, no entraba sin tocar el timbre.